Todo lo que necesitas saber del Mar Báltico

Todo lo que necesitas saber del Mar Báltico
Mielno, Polonia. Foto de Mateusz Syta / Unsplash

El mar Báltico, a veces tan desconocido, es un mar interior del norte de Europa que se comunica con el mar del Norte y, finalmente, se abre al océano Atlántico. Durante siglos sus aguas han sido el centro de vida de muchas civilizaciones llenándolas de historia y  gracias a su localización goza de unas características que lo hacen único.

Mar báltico – Балти́йское мо́ре
Mar báltico – Балти́йское мо́ре

Desde los tiempos del Imperio Romano, era conocido como Mare Suebicum, un nombre dado con exclusividad gracias a un pueblo germánico procedente del norte de Europa, los suevos, cuyas colonias originales se ubicaban en el área del mar Báltico. La palabra “Báltico” procede del latín “balteus”, cuyo origen es la palabra de origen germánico “belt”, que significa “masa de aguas”. Más que este mar, también tenemos como ejemplos los estrechos daneses Pequeño y Gran Belt.

Los romanos, siempre tan curiosos, ya lo describían como un mar de agua salobre, es decir, con más sal que el agua dulce pero con menos que la del océano. Es algo que llama la atención. Si alguna vez te has bañado en este mar descubrirás que el nivel de sal es bajo. El nivel de salinidad alcanza de media el 6%, muy bajo si lo comparamos con la media del océano, aproximada al 35%, o que decir si lo hacemos con el Mar Muerto con el 330%.

Mar Báltico. Foto de Elsamuko.

La explicación es sencilla, debido a su alta latitud, el agua difícilmente se evapora, y la aportación de agua dulce es enorme debido a la gran cantidad de ríos que desembocan en este mar.  Sumado a las numerosas lluvias, hacen de esta zona un ecosistema semidulce único. La comunicación con el océano es muy estrecha, y por lo tanto, la sal llega a sus aguas en poca cantidad. En el norte, exactamente en el área cercana al Golfo de Botnia, el agua ya no es salada y muchas especies de agua dulce viven en la zona. Por ejemplo, la pesca del salmón o el arenque se convierte en una tarea más sencilla.  La baja salinidad debe ser razón suficiente para que las costas del mar Báltico se llenen muchas veces de aves que usualmente vemos en ríos o lagos como patos o cisnes.

Cisnes en las costa del mar Báltico. Sopot (Polonia).

El agua, sin embargo, vuelve a hacerse oficialmente salada en los estrechos daneses, donde se junta con el Mar del Norte. También lo hace si “cogemos el atajo” a través del Canal de Kiel, el corredor acuático artificial con más tráfico del mundo. Todos estos factores convierten este mar en una mezcla de especies las cuales realizan un ajuste para responder a los diferentes grados de salinidad, resultando en un ecosistema frágil y difícil de igualar.

Es posible encontrar playas tan bonitas como en las costas del mar Báltico. Gdynia (Polonia).

Volviendo a la historia, tras la caída del Imperio Romano, también cayeron sus rutas comerciales, cuyo declive parece ser que fue un factor clave que aprovecharon los vikingos para expandirse  por el mar Báltico. Allí se intercambiaban pieles, madera, sal, lino, esclavos, plata, hierro, especias árabes, armas, etc. convirtiendo esta zona azul en un escenario comercial muy atractivo.

Idea de cómo podía ser un vikingo de la época

El mar Báltico tiene una superficie de 432.800 km². Sin embargo, este gran tamaño no impidió a los vikingos conocer sus límites, aunque lo conocían como “El Lago del Este”, tomándolo como una bahía y no como un mar. El agua dulce cerca de sus tierras les debió confundir.

Antes escribía acerca de la generosa cantidad de ríos que terminan su vida en el Báltico. Pues bien, los vikingos lo aprovecharon para expandirse por nuevas zonas antes de la existencia de carreteras o caminos. Gracias a nuevas incursiones acabaron incluso en el Mar Negro a través del Dnieper o el mar Caspio siguiendo el curso del Volga.  Sin duda estos hombres del norte estaban preparados. El mar Báltico tiene una media de profundidad de 57m, lo cual ayudó a sus embarcaciones, que con poco calado eran más aptas para aguas fluviales. Así mantuvieron su hegemonía hasta el siglo XI, cuando los germanos se empezaron a asentar en la zona. Desde entonces hasta nuestros días el dominio de estas aguas ha sido clave en el control de la región, lo que ha desembocado en numeras disputas.

Vikingos en sus clásicas embarcaciones, los drakkar

Los mercaderes residentes en las ciudades comenzaron a fundar gremios con la intención de comerciar, y diversas ciudades vieron conveniente asociarse creando así la Liga Hanseática para controlar y defender los intereses de las rutas comerciales marítimas. Desde el siglo XIII al XVII dominaron el comercio en el norte de Europa.

Lübeck (Alemania) en 1350. Esta fue una de las ciudades miembro más importantes de la Liga Hanseática.

Uno de los productos más preciados de las costas bálticas era y es actualmente el ámbar. Aquí se encuentra el mayor depósito del mundo gracias a los bosques que bordean sus costas. Estos y otros bienes llamaron la atención de muchos maleantes, piratas eslavos, que causaron más de un quebradero de cabeza a la Liga.

Ambar en las playas del Báltico

Las siguientes décadas estuvieron determinadas por las disputas y batallas navales entre suecos, prusos y rusos. Estos últimos al darse cuenta de la importancia del Báltico, a manos de Pedro I el Gande, construyeron la nueva capital en San Petersburgo mirando al mar y se alzaron como la gran potencia de la zona.

Tras la Batalla de Gangut (suecos contra rusos) en la Gran Guerra del Norte. Los barcos suecos capturados son llevados a San Petersburgo

Tras la unificación de Alemania en  1871, el sur del mar báltico era alemán y ayudó a formar el Imperio Alemán. No duraría mucho su felicidad cuando tras la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918), y acorde con el Tratado de Versalles, Polonia debía constar de un acceso al Báltico, que se hizo a través de Danzig (actual Gdansk, Polonia) dejando Prusia Oriental aislada del Imperio.

Esto no gusto nada a los alemanes, que recuperando las fuerzas suficientes reclamaron Danzig a Varsovia en 1938. Es entonces cuando  nos encontramos de frente con la Segunda Guerra Mundial.

Los alemanes querían toda la costa sur y parte del este del mar Báltico, y así pues este mar se convirtió en protagonista del inicio de la guerra el 1 de septiembre de 1939. Casualmente o no, ésto ocurrió en Gdansk, en la península de Westerplatte, desde ahí los alemanes comenzaron la invasión de Polonia.

Bandera nazi en Westerplatte. La Segunda Guerra Mundial había comenzado.

La presencia alemana había paralizado la pasada vida comercial del Báltico, ahora el control lo tenían, entre otros, la red de los temidos submarinos U-Boot que vigilaban la zona y paralizaban el tránsito entre este y oeste.

U-Boot U-243 siendo atacado desde una avioneta. Si os fijáis se ve la hilera de balas.

En 1945, el Báltico se convertiría en una de las grandes tumbas de Europa, formada principalmente por refugiados alemanes que huían del infierno ruso, un ejemplo de ello fue el hundimiento del barco Wilhelm Gustloff, una de las mayores catástrofes navales de la historia superando incluso la del Titanic. Este barco estaba destinado a transportar refugiados, más de 9.000 personas desaparecieron en el fondo del mar.

El barco Wilhelm Gustloff

Poco a poco, y tras la caída de la Unión Soviética, las cosas se normalizaron en la zona y en la actualidad los problemas son de otra índole, principalmente relacionados con el cambio climático, conflictos políticos y la contaminación que gobierna sus aguas.

Al final los afectados son los de siempre: ecosistemas destruidos, animales afectados (ver aquí el caso de las focas), proliferación de algas e incluso invasiones de nuevas especies traídas por cargueros de otros países, como las medusas mnemiopsis. Las aguas del mar Báltico tardan 30 años en renovarse en su totalidad, así pues,  la ecología es su reto más importante.

Focas grises en el mar Báltico

Sin duda, otro de los grandes problemas es el invierno, las difíciles condiciones climatológicas y la falta de sal en el agua hacen que la congelación de sus aguas sea rápida, hay que decir que cerca del 45% de la superficie del Báltico es hielo en los meses más gélidos y la parte más septentrional permanece helada de 5 a 6 meses al año.

Debido a esta situación es fácil encontrar islas unidas por el hielo, grandes extensiones de agua totalmente congeladas e incluso carreteras de hielo. Un ejemplo de esto último lo tenemos en Estonia, que tiene aproximadamente 1.500 islas. Algunas de ellas están muy cercanas entre sí y además la profundidad del mar no es grande, así que durante parte del invierno el mar se convierten en una vía de comunicación perfecta para los más valientes. Únicamente hace falta ser precavido y seguir las instrucciones, porque para utilizarlas también hay normas.

Foto de João Rei. Información vista en Diario del Viajero. Debajo, podéis leer las singulares normas de circulación por la carretera congelada entre Haapsalu y Noarootsi.
  • Solo se puede transitar con luz solar.
  • Una vez se empieza a circular no se puede parar.
  • Distancia mínima de seguridad de 250m.
  • La velocidad debe estar entre los intervalos 10 – 25 km/h o 40-70 km/h (velocidades entre 25 y 40 km/h pueden causar resonancias que agrieten el hielo).
  • Se debe conducir sin cinturón para facilitar un posible rescate.
  • Peso máximo de 2 toneladas.

Por supuesto también hay ventajas, y muchas. Es así que el mar Báltico es un lugar conveniente para sacar provecho de las energías renovables. Calentamiento por biomasa o parques eólicos marinos son los candidatos perfectos. Por ejemplo, países como Alemania o Polonia ya están manos a la obra con ambiciosos planes para construir molinos de viento sobre el mar.

Parque eólico en el mar Báltico, Dinamarca. Foto de FreshkillsPark